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Sigo soñando despierta con la nieve y el hielo infinitos. Hasta más allá de donde alcanza la visión. Dunas de nata montada y picos espolvoreados a borbotones de azúcar glas. 

Todo en el sueño es delicioso, hasta el agotamiento físico. Hoy lo saboreo con una sonrisa, mientras escribo estas líneas y disfruto de un descanso merecido. Y es que, cinco días de acrobacias en el Circo de Gredos, tienen sus consecuencias. Pero como decía la canción: “Sin temer jamás al frío o al calor, el Circo daba siempre su función”.

La gran carpa se iluminó de manera gloriosa y la función dio comienzo. El primer acto consistía en un cuento, un “Cuento Alto”. A través de los contraluces y la música del viento la historia tomaba forma.

Hablaba de ciertas luces mágicas que solo se pueden ver los días de invierno, en lugares estratégicos del planeta, y durante instantes, así mismo, únicos. Estas luces relataban una leyenda, sobre flechas y destinos.

Cuya moraleja decía así: “Sólo si te fijas con atención, si miras de verdad, podrás ver las señales personales que te guíen y orienten en tu camino. Lo más difícil es tener el valor y el coraje de seguirlas, ser fiel a ti mismo y actuar en consecuencia. No importa lo lento que vayas siempre que no te detengas, ya que el camino solo se recorre caminando”.

El segundo acto resulto ser totalmente improvisado, un espectáculo inesperado. En busca de la vía “FX Rabat”, en la Hoyuela Inferior, nos vimos avanzando hacia la Hoyuela contraria. Según mi experiencia, siempre, las aventuras más sublimes empiezan así, sin croquis. Dejándote llevar por las emociones. Y ese día las emociones comunes nos condujeron al “Diedro Glauca”. Una extraña y bella rareza donde poner a prueba nuestras destrezas de Alpinistas-Yinkanistas. Nuevo término acuñado para la ocasión, que define ese alpinismo del Circo, donde hay que hacer de todo y pasar por todo.

Entre aplausos y gritos de ánimo el trapecista salió al escenario. Fue ascendiendo por la fina goullotte y la escalo con maestría. Superando dos “UuuuuYYYyyy” y dejando al público con la boca abierta. Tras un largazo precioso, grito reunión y aseguro a su compañera.

“Glauca” proviene del latín y significa: Verde-Azulado, al ser una vía de verano puede tener algún sentido. Pero en invierno lo único verde-azulado que había eran unos ojos fijos en mí, mientras escalaba el segundo largo.

Que parecía poca cosa y resulto ser otra muy diferente. La exposición aumentaba según ascendía entre la roca y la nieve pegada a ella. Todo tapizado de blanco, imposible de proteger. Fue un número arriesgado, de esos que hacen los acróbatas sin red. Y donde no cabe el error, no te puedes caer. Pero cuando andas por la cuerda floja nunca se sabe. 60m, tres seguros: el primero bueno; el segundo, una cinta que adornaba cual guirnalda un bloque helado y que se deslizo cuerda abajo ante mis ojos al sobrepasarlo; y el tercero casi en la cumbre. Abajo en la reunión una mente matemática calculaba los metros de caída. Arriba una mente menos matemática intentaba no calcularlos.

La pequeña saltimbanqui se contorsionaba para no perder el equilibrio. Se centraba en la sutileza de una danza precaria sobre un suelo vertical y efímero que en cualquier momento podría desasirse y hacerla volar hasta sobrepasar a su compañero. Para no convertirme en la mujer bala que aún no tocaba ese número, me concentre con todas mis fuerzas. Resople, !vaya¡ si resople, pero supere las dificultades y fui recibida por una cima de nieve polvo que me costó conquistar. Allí dejamos nuestras breves huellas sobre su blanco impoluto.

Emprendimos una bajada en travesía, de esas que es mejor no mirar. Ni hacia abajo que caen garbanzos, ni hacia arriba que caen judías. Por un lado estaba el vacío vertiginoso bajo los pies. Por el otro, las coladas de hielo y nieve, que se sucedían estos días, cascadas que sin miramientos se fundían al sol y derretidas por el calor se lanzaban bruscamente buscando el fondo del valle.

Durante el intermedio, momento donde el público aprovecha para ir a comprar chucherías, nosotros hicimos una escapada-escapista de esquí. Subimos al Venteadero rodeando la base del Impresionante Ameal de Pablo. Y disfrutamos de una bajada gustosa y entretenida de buena nieve. Al llegar al refugio para continuar con la función, pedí fuertemente al cielo que nevara un poco más para el día siguiente, para el tercer acto.

Y así fue, nevó, pero un sueño gélido me había invadido en mitad de la noche y yo sólo pensaba en hielo.

Entre la niebla densa de un amanecer tardío caminamos abriendo huella profunda hacia el Escudo.

Dónde empezaba el “Último tercio” de la función. Aún no se podía ver el número final, que se ocultó de nuestra vista hasta estar bajo sus pies.

El primer largo fue esplendido y nórdico, un escudo de esas dimensiones debía ser escalado por un Vikingo.

Cuando llegue a la reunión el cielo se abrió, dejándome ver esa columna de cristal en todo su esplendor.

Me impresiono mucho, había soñado con ella, y ahora la tenía ante mí.

Me prepare para una batalla que había perdido antes de empezar, aunque aún no lo supiera.

Me cargue con todos los hierros y la decisión a medias.

Una decisión que se fue fundiendo mucho más rápido que las cascadas del circo.

Y un momento de inflexión, donde aún cabía la posibilidad de una nada apetecible huida, marcha atrás.

Recordé las sensaciones del día anterior. Sentí miedo: 90º, que preciosidad. Sentí rabia: las dudas me paralizaban los pies.

Sabía que algo así hay que enfrentarlo con convicción y yo no la tenía.

Sentí que aún no estaba preparada para el número final y también que hay que saber cuando darse la vuelta.

Para quitarme el sabor amargo nos fuimos a esquiar. Había que aprovechar la nevada nocturna. Tras la acertada frase: “Esto es solo hoy”. Sobre todo en Gredos que la nieve se transforma en un abrir y cerrar de ojos. Tomamos rumbo a la Laguna, subimos y bajamos por la directa del Morezón. Despegamos desde una cumbre acornisada petada de nieve y el resultado fue una de las bajadas más bellas de mi vida. Hasta puede dibujar tres bonitos giros en un lienzo impoluto.

Cada cual firma a su manera y allí dejamos la nuestra. Sé que se borrará con las próximas nevadas. Pero, también sé, que en nuestra mente, siempre podremos verla, cuando la luz del atardecer ilumine el Morezón.

En el cuarto acto hicieron su entraron triunfal los payasos. La risa, alimento del alma es lo mejor para concluir un espectáculo singular. Éramos tres, Rodi, Fofo y Fofita, una servidora. Al ritmo de “Siempre viajar, siempre cambiar, ya ven a ver el Circo…” Nos dirigíamos alegremente al Almanzor. Mientras Rodi abría huella, Fofo y Fofita se metían con él. “¿Cuánto queda?” le decía Fofita. Se quejaban todo el rato como hacen los payasos. Fofo se entretenía vacilando a Rodi por cualquier cosa: «brazos de alambre, con ese patín normal que no te hundas». Y Rodi impasible, no se enteraba de nada, o no quería enterarse y seguía a la suyo. Abriendo una huella imposible y gritando desde unas curvas más arriba a los otros dos desdichados :“Vamos al diedro Esteras, que no te enteras”.

Pero Fofita si se enteraba y deseaba “el largo”, así que uso su cara de “Por fi, Por fi” y dijo levantando la mano: “me pido primer”. Se encaramo al diedro y una vez en él pensó: «¿Por dónde voy?, ¿por fuera o por dentro?» Sabía que Rodi es grande y Fofo aún más. «¿Podrán pasar por el roto?» Fofita se metió por la madriguera pisando y espantando al escurridizo conejo blanco. Chiquitina ella entro sin problemas y las cuerdas que unían a los tres también. Este hecho obligaba a los otros a seguir el mismo destino y realizar un espectáculo dantesco que ella no pudo ver, pero que escucho y pudo imaginarse. En su fantasía veía a Rodi y Fofo atascados en el hoyo, Fofo y Rodi empujándose el uno al otro para salir de allí, primero Rodi pisaba a Fofo para impulsarse, después Fofo tiraba de la bota de Rodi para salir cuanto antes de allí. Cada vez el atasco era mayor, un atasco monumental. Al final, la realidad fue mucho más sutil, y por turnos salieron del entuerto. Yo sólo podía oír que algo pasaba allá abajo, a lo lejos. Y me temía que tenía que ver con el «paso del hoyo».

Cuando Fofo llego a la reunión me confeso con los ojos encendidos que un día pondría dinamita «TNT» en el bloque y lo mandaría a tomar por… hasta la laguna. Llegaba maldiciendo y arrastrando la mochila bajo sus pies, mientras sus manos recuperaban la sangre de sopetón. En su cara se dibujaba ese dolor inhumano que sólo se siente cuando escalas en hielo. Del frío al calor en un instante, parece que la cabeza te va a estallar y el grito sordo de dolor te llega hasta la garganta. Pero duele tanto que a veces ni sale y otras es capaz de desgarrar cualquier oído. Yo sólo pensaba: “La que he liado pollito”. Después llego Rodi y también tuvo su momento zen de manos dolorosas, y acto seguido salió escopeteado. El tiempo era patagónico y hacia un frío del carajo.

Después Fofo, seguido de una Fofita arrepentida, salieron juntos escalando hasta la cumbre. Hicieron las paces en silencio, mientras se la jugaban haciendo pasos de equilibristas de aristas y conquistando por turnos una cumbre muy bruta y salvaje.

Como también lo fue la bajada, donde los espectadores apiñados en las paredes escarpadas tiraban tomates blancos y hasta sandias, tuvieron que hacer más bien una huida desesperada del escenario. Un mutis por el foro hasta alcanzar los esquís.

Después se los calzaron y lo dieron todo, haciendo piruetas, y hasta vueltas de campana. Sobresaltados por nieve polvo, forespan, placas traicioneras y bolas de hielo ocultas. Las risas resonaban en el Circo. Sobre todo con Fofita que se caía de las formas más cómicas, aunque ella ya no se reía.

El espectáculo estaba a punto de concluir. Ya sólo faltaba volver a la civilización y salir del mágico circo.

Con ganas locas de una ducha y a la vez con pena en el corazón por ese momento ya vivido. Fuimos despedidos con una de cal, la calzada helada con esquís. Y una de arena, la luz del ocaso, el regalo de las montañas. Todos los colores de un cielo también infinito. Desde el azul celeste, al gris tormentoso, pasando por el blanco artificial de la nieve y un verde mar, nunca antes visto en el cielo, que destacaba sobre la amplia gama de rosas, amarillos, naranjas y rojos. Tiñendo las nubes y las cumbres de Gredos.

“Había una vez un Circo que alegraba siempre el corazón. Lleno de color, un mundo de ilusión, pleno de alegría y emoción.”

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