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Miro el mar Cantábrico, relajada, bajando pulsaciones. Meto las manos inflamadas en el agua helada y siento como la sal cura mis heridas. El dolor hoy se soporta mejor. Todo se soporta mejor.

Pienso en qué ha sucedido estos tres últimos días. Intento enfocarme en ellos. Los recuerdos son intensos, pero se han convertido en retazos inconexos en mi mente.

No sé cómo llegue a superar ciertos tramos. Muchas veces estaba allí y a la vez en otra parte. Era capaz de verme a mí misma desde arriba, dimensionada. Pasando de un gancho a otro, suavemente.

“Carga el peso, despacio. Confía en que aguante y sube más alto, lo más alto posible. Cuanto más alto más se ve. Algo habrá. Hay que seguir subiendo, despacio. Muy despacio” Me susurraba una voz desde dentro.

Recuerdo muchos momentos puntuales, no secuenciales. No sabría decir cómo era cada largo. Pero sí puedo revivir ciertos sentimientos. La esencia de la aventura y la fe de seguir ascendiendo. Independientemente de la falta de luz o de energía.

Esta historia comenzó con un sueño. Escrito en un papel y quemado en el fuego, una Nochevieja cualquiera. Momento donde los objetivos se convierten en ceniza y humo. En un rinconcito de mi papel se quemaba lentamente: “Escalar el Pilar del Cantábrico en el Picu Urriellu”.

En un momento de subidón durante las pruebas del EFA (equipo femenino de Alpinismo) le comente a Vicky que sería genial escalarlo juntas. Una primera Big Wall donde ponernos a prueba. Y Vicky dijo SÍ… ¡Gracias por eso!

Ahora recuerdo que tres días atrás dormíamos en la base de la pared, tras haber realizado varios porteos de material a pie de vía.

Día 1

12 de Julio de 2015

Vicky empezó escalando los dos primeros largos que tenían bastantes buriles y se hacían relativamente rápido. Después me toco a mí tomar el relevo en el tercer y cuarto largo, que iban creciendo en dificultad técnica. Cuando una no podía seguir la otra seguía desde el último punto alcanzado. Y así, con garra, íbamos ascendiendo.

En la R4, montamos la hamaca y vimos una puesta de sol con un mar de nubes impresionante. Mientras sonaba una radio pirata en la que solo ponían temazos. Cenamos una sopa calentita que nos supo a gloria. Y dormimos mirando las infinitas estrellas que destellan en el cielo.

Esa noche fue mágica y cómoda. Al día siguiente nos tocaba lo más duro. Todavía no éramos conscientes de cuánto.

Día 2

13 de Julio de 2015

Sale el sol por encima del mar de nubes que nos acompaña desde hace días. Y con las primeras luces del alba descolgamos la hamaca y el petate con un cordino de ferretería de 200m. Bajamos todo lo que no necesitaremos para ir más ligeras. Y demasiadas botellas de agua que luego echaremos en falta. Todo se deslía irónicamente fácil por la pared que tanto nos costó ascender. Cae muy alejado de la pared, impresionante como desploma la Bermeja.

Sigo yo, que me desperté con energía. De ese quinto largo recuerdo un tramo que salí en libre y tuve que apretar los dientes pues era físico y aún desplomaba.

Después continuó Vicky con el sexto largo, sinuoso y trabajoso, difícil de limpiar. El séptimo me tocó a mí, la famosa travesía de cordinos roñosos. Algunos los iba cambiando pero de otros tenía que fiarme porque no cabía nada por esos pequeños puentes de roca. En ese momento ya sabía que íbamos mal de tiempo.

Escalé todo lo deprisa que pude el largo octavo. En mi opinión el más duro y psicológico de la vía. A mitad del largo supere un techito hacia izquierdas gracias a mis amigas las uñas. Y a partir de ahí la luz me abandono.

Con el frontal seguí ascendiendo. Era un pequeño punto de luz en un mar inmenso de roca. Me encontraba de noche y en una situación precaria. No podía hacer otra cosa que seguir un camino poco evidente. Un gancho tras otro. Quito el anterior y lo pongo de nuevo. “Vicky, al loro” grito constantemente. Aún sabiendo que ella no podrá hacer nada si un gancho se sale en esta secuencia de baile infinita.

No hay donde proteger, ni marcha atrás. Tampoco hay prisa ya, porque es de noche y todo el mundo duerme, menos yo. Que nunca estuve más despierta. No recuerdo exactamente cuantos pasos de gancho seguidos hice. Pero fueron más de ocho. Tampoco me plantee que me estaba embarcando en un viaje sin retorno o desviándome a la vía Zumbel. Solo estaba concentrada en seguir con esa cadencia monótona e hipnótica.

A las tres de la mañana llegue a la R8. Una reunión precaria de dos clavos que no se parecía a las reuniones del resto de la vía. Porque ya no estaba en la vía. Pero después de un tramo de escalada tan expuesto e intenso como el que había superado, aquello clavos lo eran todo. Eran mi reunión y con la luz gastada y tenue del frontal me parecían el lugar más seguro del mundo.

Vicky no pensó lo mismo y decidimos dormir separadas, ella en la R7 y yo en la R8. Buena elección dentro de las posibilidades. Teníamos dos plumas ligeros, una manta de supervivencia y mi saco de dormir. Vicky se fabrico una especia de silla con los estribos y con los dos plumas y la manta paso la noche. Yo dedique una hora a buscar la comodidad en el vacío y no lo conseguí. Aun así me quede dormida, rendida de cansancio. Pero me desperté sobresaltada, tenía una pierna de madera. No sentía nada desde el muslo al pie y me asuste. Empecé a mover los dedos de los pies y poco a poco recupere la vida de la pierna.

Asustada llamé a Vicky para saber si estaba bien y evitar que se durmiera del todo. Ella estaba bien y como se duerme en cualquier lado había sido capaz de conciliar el sueño. Quedaban unas horas interminables para la salida del sol. Decidí que no podía volver a colgarme del arnés. Coloque los pies en los estribos, el saco al revés por la cabeza y totalmente recta me apoye contra la pared. Así permanecí esperando a la ansiada luz del día.

Día 3

14 de Julio de 2015

Cuando la luz llegó estábamos entumecidas, pero deseosas de salir de allí. Con la claridad se veía…se veía peor. La reunión daba miedo y en cuanto Vicky recupero un friend la reforcé. Aún así, ¿Cuál era el plan? Nuestra reunión se encontraba a mi derecha a cinco metro por debajo. Vicky subió y de las mismas rapeló y con un péndulo llego a los cuatro buriles del 81. Yo desmonte con más miedo que vergüenza y de las mismas Vicky me descolgó de los clavos que habían sido mi salvación la noche anterior. Y de los que ahora desconfiaba.

Desde la verdadera R8 nos quedaba un último largo complicado, una fisura de 6b+/A2 con tramos de offwich que también tuvimos que pelear, entre las dos. Cuando monte la R9 y aseguré a mi compañera fui consciente de que lo íbamos a lograr.

Pero el sufrimiento para cargar con la mochila y el material por todos los largos de libre restantes fue generoso. Escalar con un lastre de más de 10Kg era desgarrador. Nos alternábamos el suplicio. La primera volaba por los largos y la segunda sufría con cada paso.

Cuando a las 20:00h llegamos a la cumbre no imaginábamos lo que allí nos esperaba. Durante el día en algún paso duro escuche: “Animo, Fátima” y mi respuesta quebrada fue: “AGUAAAAAAAA”. La fuente de la vida se nos acabo la noche anterior. Conservábamos como un tesoro un buchito reservado para la cumbre. Pero la realidad es que no habíamos bebido en todo el día y el sol no tuvo piedad. Esa sed incansable y el cansancio acumulado hizo mella en nosotras, que deshidratadas y reventadas llegamos a la última reunión. Allí me encontré con Miguel que había subido en solitario por la sur a traernos comida y agua. La botella que portaba la bebimos en cinco segundos, no podíamos parar de beber.

Y en la cumbre otra sorpresa, Fernando Calvo, de Guías del Picu, también oyó nuestro reclamo. Y nos trajo Acuarius fresquitos. La cumbre se convirtió en una fiesta. Y el cansancio se esfumo durante unos instantes dando paso a un estado de euforia plena. Disfrutamos de una puesta de sol inolvidable en la mejor compañía.

Cuando llegamos al refugio, nos recibieron despiertos aún Sergio y Joaquín con cervezas fresquitas. Todo el mundo nos felicitaba y nos daba la enhorabuena sin parar. Vicky y yo nos mirábamos sin saber bien qué decir.

“Habíamos escalado el Pilar del Cantábrico. Aprendiendo en el proceso muchas cosas, a izar petates, a montar una hamaca de pared, lo que aguanta un cordino de ferretería, lo que puede llegar a pesar una mochila, que el agua no pesa, pero sobre todo el valor del compañerismo. Que juntas somos capaces de cualquier cosa.”

Esas más o menos fueron mis palabras en el libro de Piaras del Refugio Urriellu. Mientras las escribía me emocionaba por sentir de corazón cada una de ellas.

Quiero terminar agradeciendo a quienes han hecho posible todo esto:

– Gracias a Sergio, Juan, Tomas e Iñigo, los guardas del Refugio Urriellu que nos ayudaron con las mulas, nos dieron de comer, las duchas, la cerveza de celebración y sobre todo por el cariño recibido, sin pedir nada a cambio.

– A Altus, por prestarnos la hamaca que fue nuestro hogar en las alturas.

– A Rab, por el saco de dormir con el que sobreviví colgada del vacío.

– A Juanjo Cano, por ayudarnos con la logística y por su confianza plena.

– A Javi Cano y Josué Cordero, por los consejos sobre cómo limpiar los largos.

– A Pedro Cifuentes, por enseñarnos a montar la hamaca, la importancia del orden y a izar petates.

– A Fernando Calvo, de Guías del Picu, por recibirnos en la cima con una sonrisa y unos Acuarius bien fríos.

– A Marc Subirana, por creer en nosotras.

– A todos aquellos que dudaron de nuestro proyecto porque nos han motivado a hacerlo realidad.

– A todos los amigos y familia que nos animaron, apoyaron y mandaron su energía.

– A los gritos anónimos de ánimo desde el Refu: “POUUUUUU, POUUUUUU”

– Como no, a Miguel Molina, que nos dedico una semana de su vida, nos ayudó con material, furgo, porteos, agua en la cumbre y amistad incondicional.

Y a Vicky Vega, mi compañera de cordada y amiga. Gracias por las palabras de ánimo incansables cuando no veía salida y me temblaban las piernas. Y por compartir este sueño conmigo. Te quiero Vickyllica.

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