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Soy una enamorada del Picu Urriellu.

Sé que no soy, ni seré la única, pero es posible que si sea una de las más apasionadas.

Mi vida siempre ha estado vinculada de una u otra manera a sus curvas, a sus líneas, a sus atardeceres, a sus mares de nubes, a sus personajes y a su música. Esa melodía que si guardas silencio y prestas atención puedes tener la suerte de escuchar.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que lo vi tras esa curva tan especial del camino. Cuando se deja ver en todo su esplendor animándote a seguir. Ese monolito de caliza esbelto y anaranjado que destaca sobre las verdes praderas de Picos de Europa.

El primer contacto fue intenso con la histórica vía Pidal Cainejo, y mis primeros largos de escalada clásica liderando la cordada. Sentía que flotaba y podía imaginarme por allí trepando con alpargatas al Conde y a su guía el Pastor. Me dio tiempo a embarcarme, vibrar sobre un clavo, e incluso saborear el pánico por primera vez. Aprendí que el miedo te impulsa, pero el pánico paraliza y fui capaz de superarlo hasta llegar a su cumbre.

De vuelta a la civilización no podía dejar de mirar hacia atrás sin querer despedirme. Y aunque tenía la certeza de haber alcanzado su cima, albergaba la extraña sensación de que el Picu seguía siendo inalcanzable para mí.

Supongo que esa sensación de estar incompleta en cierto sentido me llevo una y otra vez a volver. Así que uno tras otro los sueños se fueron fraguando y haciendo realidad. Ascendí siempre buscando el reto, la aventura y a poder ser por líneas nuevas. Para los amantes de las cifras diré que fueron más de 20 ascensiones, por 16 rutas diferentes. Y aunque parezcan muchas, nunca serán suficientes.

Soñaba con explorar todas sus caras, desde las míticas vías hasta las más rarunas. Y me convertí sin darme cuenta en coleccionista de sueños y de nubes. Soñaba con ver lo que vieron sus aperturistas y sentir de alguna manera lo que sintieron. Así que me dediqué a seguir sus huellas y a mi manera quise homenajear sus logros y respetar sus estilos.

Acompañé a Rabada a través de su visionaria travesía que recorre la majestuosa Cara Oeste y aprendí el romanticismo de Navarro, bailando elegantemente por encima de un mar de nubes que jamás olvidaré.

Compartí la pasión del Sebi y descubrí la genialidad de Gálvez navegando entre ganchos, con nocturnidad y alevosía, guiada por las estrellas, siguiendo un rumbo incierto en el Pilar del Cantábrico. Compartí con mi amiga Vicky Vega dos noches colgadas del vacío y tres días peleando entre sus muros verticales e inhumanos. Y aprendí por primera vez que “juntas todo es posible”. Así lo dejamos reseñado en el libro de Piadas del refugio Vega Uriellu, sumando nuestra humilde aventura a la historia del Picu.

Años después regresamos, más amigas si cabe y también más sabias. Volvíamos a enfrentarnos a la cara Oeste, queríamos seguir a los hermanos Gallego por su valiente y a tramos expuesta vía, “Mediterráneo”, también con sabor a sal.

Cuantas veces habremos jumareado el imponente desplome de la Bermeja, ascendiendo cual arañas por una cuerda que salía directa de las nubes y que parecía colgar de la nada. Sin sentir otro asidero que la fuerza de la pasión, la fe y la esperanza compartida.

Cuantos porteos bajo el sol, petates arrastrados por la pared, hierros para la batalla, partidas de domino perdidas y ganadas en el refugio, manos ensangrentadas, uñas de colores, ojos brillantes de la emoción, risas cargadas de amistad, lágrimas de rabia, miedo y alegría han corrido por tus muros.

Cuanta sed insaciable de vuelos y experiencias bajo tu sombra.

Hemos vivido tantas cosas tú y yo, Picu Urriellu, que lo justo era compartir contigo mi presente aventura. La más grande, desconocida y excitante que hasta ahora he acometido.

Así que de nuevo regresé, como tantas veces, pero sintiéndome una persona muy diferente. Volvía cargada con algo más grande que los sueños, volvía cargada de vida.

Para mí ha sido una peregrinación diferente, más calmada, más pausada, más consciente. Sin pretensiones, solo buscando esas emociones que me conducen una y otra vez a ti. 

Intuía que sentiría sensaciones similares e incluso más intensas, el esfuerzo, la superación, la confianza, el compañerismo, y en definitiva el amor. Soñaba con escalarte portando dos corazones en mi interior, escalarte embarazada de cinco meses, escalarte respirando vida por todos los poros. Guiando un alma nueva que sube conmigo, que me impulsa, que me exige más esfuerzo y que no dejaba de dar piruetas dentro de mí mientras escalaba, espero que de felicidad.

Disfrutamos de la mítica vía de la “Amistad con el Diablo”. Y esta vez, tras el esfuerzo, por fin, sentí que llegaba a tu cumbre de verdad, más torpona, más redonda, más pesada, pero con el mismo e imperecedero brillo en los ojos. Una bajada de locura bajo una tormenta torrencial y eléctrica me devolvió a la realidad. Y como los verdaderos amantes terminamos haciendo las paces y el cielo se abrió cubriendo el mundo con un mar de nubes de despedida.

Y de vuelta a la civilización cuando miraba hacia atrás, ya no pensaba que eras inalcanzable para mí. Al contrario, esta vez sentía que yo misma era la cumbre. Que todas las aventuras que he acometido, todas las elecciones que he tomado, todos los sueños realizados y frustrados, todo el dolor, la alegría, la gloria y el amor me conducían a este momento tan dulce de mi vida.

Y no sé qué nos deparará el futuro querido amigo.  No sé si mi pequeña te amará tanto como yo, si heredará mi pasión por subir las bellas montañas de este mundo, si las subiremos juntas o si el nicho de Principado de Asturias será su cuna. Lo que sí te puedo asegurar, querido Picu, es que “Juntas todo es posible”.

 

Con Diego, Alan y Sofía en la cumbre!

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