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Son las 00.00 y bajo las escaleras medio dormida, me dirijo al comedor del refugio a “desayunar”. Al entrar veo, al fondo, unos frontales encendidos. Al acercarme un poco más, descubro que es el mismo grupo de guías y porteadores que estaban celebrando su ascensión a las 19.00, antes de acostarnos. La mesa sin embargo esta más llena, las chelas (birras) ocupan desordenadas toda la superficie. Ellos cantan, beben, tocan la flauta y hablan entre carcajadas.

Al verme no saben que decir, dudan entre darme las buenas noches o los buenos días. Al final, mis buenas noches se mezclan con sus buenos días. Lo surrealista de la situación nos hace reír, a ellos por la cantidad de chela en sangre, a mí por los nervios. Tenemos la idea de intentar llegar a la cumbre del Tocllaraju ese mismo día o noche. Desde el refugio son 1.800m de desnivel positivo, siempre “positivo”, más de 3.000m de ida y vuelta. Calculamos una jornada muy larga de actividad non-stop.

Vicky aún está apurando el sueño, yo la espero recordando el camino que recorrí ayer para así hoy, sin luz, no perdernos. Cuando Vicky aparece en escena se encuentra el panorama festivo y también ella medio dormida no sabe cómo saludar. Sus buenos días ahora se mezclan con palabras de ánimo. “Buena suerte chicas” nos dicen y “siempre hacia arriba”.

A estas horas, apetece más unirse a la fiesta de las chelas que desayunar, pero hay que hacer un esfuerzo.

Tenemos todo listo, solo hay que salir a andar bajo el cielo estrellado. Los partes de los americanos daban un día espléndido. Y en esa idea ponemos nuestras esperanzas. Al salir, en el valle de Ishinka a pesar de ser el inicio de la noche hace calor, todo pinta muy bien. Cruzamos la pradera, ascendemos la morrena, pasamos por delante del campo de altura y el inicio del glaciar.

De repente siento que el frío empieza a pesarme y engaño a mi mente imaginando que cuando se haga de día pasaremos calor. La luz del sol nos calentará el cuerpo y el alma. Y de esa forma, seguimos ascendiendo adentrándonos en un glaciar tenebroso. Pero el frío a cada paso se hace más insoportable. Y nos quedan aún muchas horas de oscuridad helada.

En la ascensión por el glaciar vemos como algunas cordadas que salieron desde el campo de altura se dan la vuelta. Entre ellos nos sorprende ver a lo americanos que nos dieron el parte el día anterior. Nos dicen que con el viento la sensación térmica es muy baja. Creo entender «minus fourteen degrees», poco me parece… Pero este hecho no nos amedranta, nosotras seguimos adelante. Con la esperanza en que el sol en unas horas acariciará nuestra piel.

Ese día los Andes me enseñaron que a veces puedes engañar a la mente pero al cuerpo no. Y descubro en mis propias carnes de donde viene la expresión: “cagarse de frío”. A posteriori, me consolará escuchar a un buen amigo decirme: “Ya sabes… como decía Marc Twight hasta que no te cagas en los pantalones no has hecho alpinismo”. Pero, en ese instante, todo cruje en mi interior, y un calambre me recorre de la cabeza a los pies.

He cometido un grave error, el plumas que use de almohada improvisada se quedó adornando mi cama. Me lo imagino ahí tirado, abandonado. Me echará de menos tanto como yo a él, no creo. Imagino su suavidad, su textura y lo confortable que sería llevarlo puesto. Una nube de plumas rodeando mí helado cuerpo. Pero la realidad es que solo llevo un primaloft y el goretex, la realidad es que no puedo parar, la realidad es que nunca antes había sentido un frío tan intenso. Hay que seguir avanzando a toda costa, yo necesito andar.

Tocllaraju significa  «Nevado con trampas» y aunque vamos siguiendo la huella de los primeros que salieron del campo de altura, tenemos que ir sorteando profundas grietas, que con tan poca luz, tienen un aire siniestro. Son como pozos sin fondo repletos de purpurina. Vamos unidas por una cuerda en este desfile pesado. Y así, sin prisa, pero sobre todo sin pausa, ascendemos el inmenso glaciar.

Por fin se hace de día y la luz empieza a iluminar el fondo del valle, pero nada cambia, el frío sigue siendo inhumano. El viento sopla aún con más intensidad. Lo único positivo es que vemos mejor y podemos apagar los cansados frontales.

Yo continúo con el engaño mental, y me digo a mi misma que es por el sol. Me sigo autoconvenciendo de que cuando el sol nos dé de pleno nos calentará el cuerpo y el alma. Solo hay que esperar un poco más, esperar en movimiento. El horario que llevamos es buenísimo y no tenemos problemas con la altitud. Solo el frío nos adormece y nos roba la energía poco a poco. Moverse es la clave, la única posibilidad.

Tras escalar entre los seracs llegamos a la arista Noroeste y me encuentro con el ansiado sol. Lo que tanto había esperado por fin sucede. Grito a Vicky: “SOOOOOllll”. Pero al instante me doy cuenta que tampoco cambia nada. Al contrario, el viento en la arista empeora la situación, es tan fuerte que el sol no puede competir contra él. Lo que sucede es que la combinación de viento y sol nos corta la piel de la cara. Yo dejo de sentir los dedos de la mano izquierda, los muevo pero parecen de madera. El viento nos ataca desde el flanco izquierdo y todo lo que se interpone a su paso es asolado por un frío extremo.

Aun así seguimos, siempre hacía arriba. Pero cuando llegamos a la ante cima todo se tuerce. Vicky se dispone a escalar un largo más vertical y con patiazo y algo sucede… cae mucha nieve. Mientras destrepa y vuelve hasta mi me dice: “están bajando, tenemos que esperar”. Yo la oigo pero no la entiendo, mejor dicho, no la quiero entender. ¿Esperar? No puedo imaginarme ni un segundo más allí parada. Y aun así, no hay más opciones, mientras ellos bajen no podremos subir.

Es algo puramente físico, ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro. Así mismo, la impenetrabilidad es la resistencia que opone un cuerpo a ser traspasado. Todo esto se me pasa por la cabeza, mientras tardan infinito elevado a la enésima potencia, en bajar. ¿Esperar? Si, esperar y la espera se me hace eterna. Divago sobre la impenetrabilidad de las estrellas de neutrones, y si la masa de la estrella colapsada tuviera una masa superior ¿qué pasaría? formaría un agujero negro. Estoy llegando a mi límite, tengo visión túnel y me adentro en ese agujero negro. Cualquier lugar es mejor que estar ahí paradas. Pero la cruda realidad es que el camino está cortado. Siento una impotencia que crece dentro de mi cuando la pareja nos relata lo que sucede más arriba, hay un tapón en los últimos largos que te llevan al hongo somital, es decir, a la cima. Tres cordadas de guías con clientes, están haciendo el moonwalker, “ni pa lante, ni pa tras”. Nos dicen que la espera es larga, que no avanzan, que la exposición al viento es mayor, que se bajan sin hacer cumbre por el frío. Sus caras dicen más que sus palabras. Desde nuestra perspectiva no vemos la romería de los últimos largos, pero les creemos.

Hay que tomar decisiones y rápido. Con la mente congelada intentamos dar con una solución. Los pensamientos se esparcen por todas partes y se convierten en un puzle que no podemos resolver. Nos encontramos a 5.900m, a esa altitud pensar duele. Nos quedan menos de 100m para hacer cumbre, son las 10 de la mañana y llevamos 9 horas sin parar. Pero ahora, nos vemos obligadas a parar, a pesar de que queremos con todas nuestras fuerzas seguir subiendo “siempre hacia arriba”. Seguir hasta la cumbre que esta: “A la vuelta no más, acá no más”. Queremos subir para poder bajar, que sin sentido o ¿No?. Pero el camino hacia arriba está bloqueado, Vicky hace otro intento y vuelve a caerle mucha nieve, creemos que hay más gente bajando.

Yo me desespero, y pierdo la poca energía que me queda. Necesito tantísimo moverme que deja de importarme la dirección, la cumbre y todo lo demás. Lo más importante somos nosotras, “regresar vivas, regresar como amigas, llegar a la cumbre. Ese es el orden”. (Roger Baxter Jones ). Vamos a desandar todo lo andado, nos bajamos. Ni siquiera importa la hora, estamos tan cerca…pero ahí paradas, quietas y tiritando como pingüinos sin pelaje, la cumbre se aleja. Y no es un espejismo, es que nuestros pies han decidido por nosotras y han tomado ya una dirección. Y no sé si nos alejamos nosotras o se aleja la cumbre. Pero las decisiones que se toman en estos momentos tan intensos son las que son.

Y de nada sirve luego pensar en los “y si”. Y si no me hubiera dejado el plumas, y si hubiéramos dormido en el campo de altura como todo el mundo, y si no nos hubiéramos encontrado la pareja bajando justo en ese tramo obligado, y si hubiera hecho un poco menos frío…

Pero la verdad es, que al final, son estas experiencias las que curten y enseñan más que los días de héroes y las cimas alcanzadas. Aprendimos a conocer nuestros límites, físicos primero y mentales después. Aprendimos que para seguir jugando a este hermoso juego que hemos elegido hay que saber cuándo darse la vuelta. No cambiaría nada de esta intensa aventura porque luchamos hasta el final de nuestras fuerzas en el día más recio que hemos vivido ambas en la montaña. Y, que lo volvimos a lograr, realizamos una admirable aventura a nuestra manera, solas, juntas y como amigas.

Gracias montaña por todo lo que nos enseñas!

Esa misma noche en el refugio, al que llegamos reventadas después de 16h de actividad entre los 4.000 y los 6.000m.

En la litera, con mi cabeza acomodada sobre mi plumífera almohada, soñé que llegábamos a la cumbre del Tocllaraju.

Que había un semáforo de subida y de bajada. Que teníamos suerte y lo pillábamos en verde para nosotras.

Que llegábamos rápidamente a la cima. Y allí sentí sensaciones muy familiares: la felicidad de la meta compartida, el abrazo de cumbre y la visión privilegiada desde lo alto.

Lo tuve todo en el sueño, hasta una bajada de rápeles in extremis rollo trapecistas de aristas. Era tan real que me resulta imposible saber si ocurrió o no.

Es posible que, en un mundo paralelo donde no existiese la impenetrabilidad de la materia, Vicky y yo fuéramos capaces de atravesar  todos los obstáculos de nuestro camino.

Porque juntas todo es posible.

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