Parte II
Diferente, me siento diferente a la que era ayer. Más cansada, pero también mas sabia. Las experiencias me van curtiendo como el viento a las montañas.
Dentro de la tienda, en el Campamento de Agostini. Fuera sopla de nuevo el fuerte viento y la lluvia repica en las paredes. Me siento feliz, feliz de estar bajo techo y protegida. Por segunda vez en Patagonia, hemos tomado la decisión acertada, conocer y descubrir las agujas del Fitz y el Cerro Torre sin presión. Un pie tras otro, nada más. Sigo sintiendo que la Patagonia nos acoge y nos acepta. Nos muestra sus maravillas entre nubes que se mueven salvajes y bajo el sol. A veces parece que las montañas fuman muy deprisa. Y por arte de magia, se abren coquetas a saludar. Sobre todo el Cerro Torre, de todo el viaje ha sido con diferencia la aguja más misteriosa. Sin duda, su atractivo es grandioso y puedo imaginarme algún día en su hongo somital. Pero hoy mejor ni pensarlo, en días como estos, tan inestables, es mejor quedarse en el valle y verlas como se merecen, con admiración y respeto.
Luego Diego empalmará dos largos, un diedro fisurado precioso de IV+/A1 y que disfrutará la primera parte en libre, sintiendo el granito patagónico. Y continuará con un A0/IV más sencillo, hasta R3.
En el siguiente relevo, me tocará enfrentarme a los primeros techitos de la vía. Y escalaré una bonita travesía a derechas de V+/A1 en la que seguir bailando entre el artifo power y el libre patagónico. Llegando a la R4, algo sucede. Oigo un ruido extraño, es como un silbido intenso, ¿será el viento? No, algo pasa, Felipe y los compañeros que están por encima, señalan, gritan, y se maravillan. Son tres cóndores, se pasean muy cerca entre la cara Oeste y el lado Este de las Torres. De repente, somos más conscientes de dónde estamos, y paramos todos de hacer lo que estábamos haciendo, de escalar…si es preciso. Para simplemente contemplar y sentir la magia de su vuelo.
¡Vuela, vuela Cóndor vuela!
Hay uno en concreto que vuela tan cerca de mí, que decido que lo mejor es entablar conversación con él. Empiezo tirándole piropos: «Eres un ser alucinante, que bonito y precioso, cómo me gustaría volar a tu lado». Pero parece que atraído por mis halagos coge confianza. Y se aproxima hasta tal punto, vuela tan, tan cerca, que termino diciéndole: «Por favor, no te acerques más… que vas a terminar asustándome». Los Cóndores, con las alas extendidas llegan a tener una envergadura de más de 3 metros. Como poco, impresiona verlos planear a tu lado. Acto seguido, como si me entendiera, se marcha con la térmica hacia la otra cara, fuera de mi alcance. Dejándome en la retina una de la imágenes más alucinantes de mi vida. No todos los días puedes contemplar a tu lado y desde arriba a una de las aves más grandes del planeta.
Hay dos clavitos justo en el vértice interior…pero nada más. La fisura es tan estrecha que no cabe nada de lo que tengo. ¿Se habrán caído los clavos de Bonington? Sólo veo una opción ya que no llevamos clavos. En la reseña antigua pone claramente «NO clavos» y pensé que al ser una ruta tan histórica había que pasar sin clavar. ¿Entonces qué?
Apoyo las piernas en la pared contraria, me empujo todo lo larga que soy, me pego al techo todo lo que puedo, como una lagartija y en el vértice externo dónde la fisura se ensancha un poco, coloco in extremis un micro. Después me monto en él suavemente y aguanta mi peso, lo justo, para poner algo mejor más arriba. Me siento totalmente circense realizando estas acrobacias tan aéreas. Con la potencial caída en péndulo contra el diedro y la precaria protección hasta salir del techo, me aumentan las pulsaciones. A1, dice la reseña, ojalá… Salgo en libre en cuanto puedo, abandonando el estribo más abajo. El largo me ha exigido mucho, eso y el rozamiento de las cuerdas me consume, y llego a la R6 agotada.
Aunque el viaje continua y sueños futuros van surgiendo de las imágenes de estas montañas que rodean al Chaltén. Mi mente sigue atrapada en otro valle, mi alma en otra Torre. Relativamente cercana en tiempo y espacio.
¿Por dónde íbamos?
Acabamos de llegar al Col y tras entonar nuestro himno de guerra, empieza el baile. Una danza artificial que hacía tiempo que no practicaba. Aunque debe ser como montar en bici, que nunca se olvida. Además tengo que tirar de recursos, porque con el cambio de rumbo de última hora…No llevamos estribos, así que tendré que apañarme con lo que tengo a mano. Lo llamaremos artifo estilo libre. Usaré cintas largas al principio, y más tarde me fabricaré un estribo que me dará más juego, sobre todo en el techo Bonington. Por ahora me toca pelear con un largo muy vertical y mojado, un A2 bien puesto.
Rápidamente Diego me toma el relevo en un largo que aunque la reseña marca un péndulo, con el material actual se puede hacer en travesía a derechas, una travesía de V+ preciosa, que aunque parece que no, se va dejando proteger. Diego lo disfruta en libre, por suerte esta seco y el granito es excelente.
El techo Bonington
Al llegar a la R5 nos plantamos bajo el gran techo y se vislumbra el diedro rojo más arriba. Una verdadera pasada. La forma del techo es muy especial, parece una cuña de queso cortada a cuchillo. Escalo en libre hasta él, veo la cascada que se forma a la derecha, y el agua me empieza a mojar. Decido que lo mejor será parar y ponerme el goretex.
El puto río
Diego, te toca… a priori según la reseña se ve bien…A1/A0, debería haber muchos clavos, debería ser más o menos rápido. No sabíamos lo que le esperaba. Diego se queja poco, o casi nada. Pero en este largo, farfullaba todo el rato, se quejaba por el agua. Yo pensaba en lo que chorreaba el techo anterior y le decía que era normal. Pero no lo comprendí realmente hasta que me toco limpiar el largo.
No sé cómo llamar a eso, lo hemos llamado para entendernos el puto río. Llevamos muchos largos duros, casi todos mojados o chorreando, y aceptamos el precio de tocar este granito colorado en este recóndito lugar. Pero esto ya es demasiado. Subir por una cascada con un mochilón a la espalda, notando como el agua se te cuela sin piedad por las mangas del goretex. De saberlo habría sido mejor traer un neopreno. El atardecer llega y el sol ya no calienta, lo último que deseo es seguir metiendo mis manos heladas en el agua helada. Quiero salir de ahí cuanto antes, «pilla» grito «pilla más», «pilla con todo». Es muy vertical y no aguanto más, caigo y las cuerdas empapadas chiclean con mi peso. Me quedo colgando bajo la cascada. Sé que tengo que salir de ahí, que a cada instante que pase será peor y que todo el calor que pierda tardaré en recuperarlo. Pienso que ojala tuviera un jumar y admiro a Diego por haber subido por ese puto río.
Cómo explicar el dolor de mis manos, están arrugadas como tras un largo baño. No las siento, sobre todo los dedos de la mano derecha, la que utilizo para quitar los friends. Necesito sentirlas de nuevo, las golpeo, las meto bajo mis axilas y noto como la sangre llega. Grito y lloro del dolor, pero sé por experiencia que es bueno. Sé que es lo que tiene que pasar, que la sangre vuelva, que circule, que traiga de nuevo la vida y el calor, aunque el dolor sea inhumano. Por fin, aún no sé bien cómo, llego a la R7. Exhausta, helada y empapada. Y me encuentro a un Diego comprensivo, y sobre él, el diedro rojo.
El diedro rojo
Rojo fuego, liso, brillante, mojado, magnífico. Me imagino el deleite de Bonington al encontrarse un largo tan estético en medio de la ruta. Sé que es el último largo clave del día, de la vía. Esta anocheciendo y hay que decidir. Presiento que si lo dejamos para mañana, estaremos más cerca del suelo que de la cumbre. Pero si consigo escalarlo ahora, estaremos casi arriba. Son esas decisiones importantes que hay que tomar. Bajar o subir. Me digo que son sólo 20 metros, que parece que hay fisuras, que la noche será larga y la repisa donde estamos no es cómoda. Cosas más duras he afrontado con la tenue luz. Parece un libro antiguo abierto. No permito que me intimide y con las mismas, le digo a Diego: «Pásame todo, voy para arriba». El largo es alucinante, y me da pena no disfrutarlo con más luz y calma. Aunque está muy mojado, se escala bien, se protege bien y se baila bien entre sus fisuras. Llego a la R8 y me parece una repisa más digna dónde pasar la noche. Y sobre todo, saboreo el triunfo de estar más cerca. Un largo crucial más cerca.
El Mini vivac
La repisa que nos encontramos es más digna, pero también más enana e incómoda. Aún así tendrá que ser suficiente. Estamos muy cansados para seguir escalando, y más de noche. Cenamos la sopa calentita gracias al termo y abrimos el último paquete de jamón que nos queda. Por supuesto, sabe a gloria. Para dormir juntamos piedras intentando ampliar la zona un poco y de alguna manera aplanar la repisa. Pero a pesar de los esfuerzos, por más que lo intentemos no cabemos juntos. Probamos todas las formas y posiciones, hasta las más inverosímiles.
Es una mezcla entre el Twister y el Tetrix. Terminamos contrapeados, los pies en la cabeza de otro. Yo fuera, con el vacío a mi lado, meteré mis piernas en una mochila y la anclaré a la reunión para no caerme. Ni la espalda esta realmente bien apoyada y noto como se me clava el arnés poco a poco. Imposible dormir, aguantaré así unas horas, pero al final no podré más y pediré cambio. Necesito aunque sea, tener la espalda apoyada. Así que como puedo, me meto dentro, me acurruco mucho, calentita, más cómoda y finalmente me quedo dormida. He de decir que Diego fue todo un caballero, como en las pelis antiguas, me dejo el saco. Y Él durmió medio sentado, sólo con los plumas y la funda de vivac. Además, al final, fueron sus piernas las que pasaron más noche dentro de la mochila.
Segundo día en pared
Al alba del segundo día todo se ve diferente. Desayunamos bacón crudo y sorprendentemente funciona. Nos nacen energías renovadas, vamos para arriba. Escalaremos, más ligeros ya que el material de vivac se quedará colgado de esa reunión, esperando a nuestra bajada. Nos quedarán aproximadamente 12 largos, pero este tramo es más sencillo y en su mayoría la escalada es libre, así que podremos ir más deprisa y disfrutar más.
Empiezo yo a escalar que me desperté muy motivada. Mientras escalo me alegro de no haberlo intentado de noche. Me enfrento al largo más perdedor de la vía. Una travesía que te lleva a una fisura rara y difícil, muy vertical, en la que no sabes si vas bien, hasta que llegas a la R9 y encuentras los únicos dos spits de la vía. No hay ni un clavo que marque el camino. Es más, los clavos que veas están ahí para engañarte ya que son embarques de gente que se perdió antes que tú.
Luego más diedros preciosos que escala Diego y sistemas de fisuras, lajas y algún aéreo espolón que me tocara a mí. Largos de disfrutar y de sentir por fin esta magnifico granito naranja. Además hoy la pared está más seca y es un regalo. Tras la clásica chimenea que escala Diego, llegamos al vivac de Bonington. Paramos a rellenar agua del deshielo con la ayuda de una pajita y continuamos.
Diego empalma dos largos en libre, obviando un techito de A0, aunque estaba un poco mojado. Después de lo de ayer, tiene el listón del aguante al agua en pared, muy alto.
Y cuando llegamos a la R15, nos encontramos a Felipe rapelando con sus amigos, están muy felices. En sus ojos vidriosos se percibe que bajan de la cumbre. Nos animan a seguir y nos explican que queda mucho aún para la cumbre verdadera. Aunque en la reseña original ahí terminaría la vía y empezaría un tramo no se sabe de cuantos metros de III hasta cumbre. La verdad es bien diferente, pero aún es pronto y estamos muy animados. Así que manos a la obra.
El manjar
Me toca lo que llama Felipe, un manjar. Un largazo de los buenos, una fisura perfecta de dedos que disfruto muchísimo. Además ellos rapelan a mi lado y me animan. El compañerismo que sentimos nos envuelve, su alegría se contagia. Y si miro para abajo, tengo todo el vacío de la imponente cara Este bajo mis pies. El mirador dónde nos sacábamos fotos el otro día queda muy lejos, tan abajo que los turistas parecen hormigas. Adoro esta sensación de estar al otro lado de dónde señalaba mi dedo. Y me gusta sentir como esos mismos dedos se aferran a esta increíble fisura. Creo que escalar un largo así es el regalo de la Torre y mi merecido manjar.
Luego la travesía de la Pirámide, que es excepcional, aérea y muy estética. Diego me asegura al otro lado, y vamos escalando a mini largos hasta la R17. Dónde un clavo marca el camino de una fisura rara, también muy vertical, que no esperábamos. Diego la escalará con garra y será su remate de la faena. Ya casi estamos, llego a la R18 o Falsa cima y salgo velozmente ya fácilmente hasta la cumbre.
Y ahí estamos, en la cumbre más alta. La cumbre de la Torre Central de las Torres del Paine. Una de las agujas más esbeltas y bellas del mundo. Cumpliendo un sueño. La felicidad se mezcla con nostalgia y mis sensaciones son contradictorias. Por un lado el día es tan esplendido y las vistas tan especiales que nos gustaría parar el tiempo en ese instante y quedarnos allí para siempre. Por otro lado, y de vuelta a la realidad, el tiempo apremia, y la aventura esta llegando a su fin. Hay que bajar de ahí y desandar todo lo andado, cuanto antes. Muchos rapeles nos separan del suelo y el viento ya se empieza a hacer notar.
Amor para todo el mundo
Después de las fotos de rigor. Diego, mi compañero de cordada se arrodilla y me mira muy serio. ¿Será la hipoxia?, ¡Hay Nooo! Y antes de que ocurra, ya sé lo que va a pasar. ¿Acaso no lo he soñado? Me hace una pregunta, una sola, pero es muy dificil. Y me quedo en shock, no tengo a dónde escapar y respondo: «Vale» y ya no sé ni donde estamos, ni que hacemos ahí subidos, ni cómo hemos llegado hasta allí. No sé si estamos en la cima, en el suelo o dónde. ¿En las nubes quizás? Se quita uno de sus pendientes, con mucho significado para él y me lo da, sabe que yo anillos no voy a llevar. Así que ahora parezco más piratilla, aún, si cabe. Y todo apunta a que me embarcaré con él en una vida pirata compartida, una cordada de vida.
Tras el momentazo y aún con la cabeza en otro lado, empezamos el descenso. Repelamos y deshago el largo de la travesía de la Pirámide, que de nuevo es alucinante. Y así, uno tras otro los rápeles se suceden cómo imágenes de una vida. En cada reunión rezaremos todas las oraciones que nos sabemos para no tener problemas con las cuerdas. Hemos mecanizado la bajada, y Diego rapela primero, siempre con las cuerdas recogidas a los lados, para que no se las lleve el viento.
Colega dónde esta mi mochila
Cuando llegamos al vivac Bonington paramos a reponer agua, comer un poco y seguir bajando. Diego se quita la mochila, mientras yo voy a recoger agua, y él monta el rápel. seguimos bajando, y las cuerdas van bajando con nosotros. Llegamos a nuestro vivac improvisado, donde pasamos la noche anterior. Diego se da cuenta rápidamente de que Felipe, nuestro amigo, ha metido una bolsita de frutos secos de su hotel, en la seta de la mochila de vivac. Nos da mucha alegría y nos los comemos sin pensar nada más. Cuando tiramos las cuerdas, es cuando nos percatamos. ¿Y la otra mochila?, ¿No la llevas tú?, ¿Si la llevabas tu todo el rato?, pero tu fuiste a por agua y ¿No la has cogido después de meter la cantimplora?, ¿cómo es posible? Tensión, mucha tensión. Venga pensamientos positivos, procesando…busquemos soluciones…No hay.
Sigue pensando, ¿algo podremos hacer? No, ya es tarde, si al menos no hubiéramos tirado las cuerdas. Escalar todo de nuevo es imposible, y menos sin el material. El tiempo esta cambiando rápidamente y somos conscientes de que la ventana se esta cerrando. No podemos pasar otra noche en pared, nos arriesgaríamos a no poder bajar. Repasamos lo perdido, todos los friends grandes desde el 1 repetidos hasta el 3, cintas expres, cantimplora, frontales, radio, mi termo…
Sabemos que por ahora nadie ha podido recuperarla, la montaña no se ha dejado. No sabemos si se volverá a escalar más esta temporada, que ya casi llega a su fin. Pero somos famosos en Natales, y todo el mundo sabe lo que hay y dónde esta nuestra mochila. Ya veremos que sucede cuando alguien pueda escalar la Torre central de nuevo y la recuperen. Yo tengo fe en que los amigos de allá nos la harán llegar de alguna manera. Sobre todo mi termo, que me ha acompañado en tantas aventuras singulares, y que para mi tiene valor sentimental. Pero eso será otro capitulo, ya que el final de esa historia, aún no se ha escrito.
Por si acaso, dejamos una nota con nuestros datos en el Campamento japones. Extendimos la leyenda de la mochila española llena de totems… y también en la nueva reseña que he elaborado con cariño y comparto de la ruta, si os fijáis ¡bien! Aparecen pequeños detalles y justo allí dónde la dejamos, bajo un S.O.S esta dibujada nuestra mochila perdida.
Al final la mayoría son cosas materiales y hay que vivir para poder disfrutarlas. Así que decidimos sabiamente no perder más tiempo y seguir bajando. Sabemos que ahora cada rapel será más expuesto, ya que con menos material, nos resultará más peligroso y complicado recuperar las cuerdas si se enganchan. Así que los rapeles se suceden, y los rezos en las reuniones aumentan. Sufrimos algunos enganches más y trepo para liberarlos, pero no son graves y vamos solventando. Cuando llegamos al Col Bich esta atardeciendo y nos damos el primer abrazo. Sabemos que lo más difícil ya esta hecho.
Ahora solo hay que tener un poco más de paciencia y cabeza para llegar a nuestro nido de altura. Seguimos rapelando y las cuerdas se siguen enganchando, lo que nos ralentiza la bajada. Hasta que por fin empezamos a destrepar cuando llegamos a terreno más sencillo. Ascendemos al hombro de la Norte al anochecer. Menos mal que dejamos un frontal de emergencia y con esa pequeña luz vamos bajando. Vamos con mucho cuidado, en silencio y cómo de puntillas, tú me iluminas y me siento más tranquila. Llegamos al vivac de noche y sólo puedo pensar que mañana será otro día. El cansancio me vence y dormimos profundamente.
Bajada, this is Patagonia
Pero a la mañana siguiente, el relax se disipa. La ventana se cierra y el viento es tan fuerte que nos tira. Lo primero que se lleva es mi casco, me lo arranca de las manos. Vuela como un cóndor, planea, baja y vuelve a subir. Y lo veo irse volando muy lejos, muy abajo hasta perderle de vista.
Me despido de él, me ha acompañado a muchas cumbres y aventuras, al Alpamayo, a la Esfinge, a el Toclla y ayer a la Torre Central. Le doy las gracias por haberme cuidado todo este tiempo.
Empezamos a bajar cuanto antes por el espolón de la morrena. El viento nos vapulea como a marionetas. A mi me tira al suelo y contra piedras en cada racha y la pesada mochila no ayuda. Decido que prefiero elegir yo donde tirarme, y cuando noto que va a pasar me tiro al suelo, para minimizar el daño.
A pesar de todo, pienso en las decisiones tomadas ayer y en las condiciones de hoy. Y con ese viento, me alegro enormemente de haber bajado de la pared y estar con los pies en el suelo.
El Oasis
Cuando llegamos a la Playa estamos cansados y estresados. Así que para mí, más que una Playa, lo que encontré allá fue un Oasis. «Hagan una paradita», nos dice Cami. Nos sentamos y nos unimos al circulo, sentimos el calor de la camaradería pirata de nuevo. Nos pasan mate caliente, algo de comida. Están todos radiantes de felicidad. La montaña nos ha aceptado y estamos todos de vuelta de las cumbres. En dos días se han escalado las tres Torres. La Norte: tres cordadas a la Monzino y dos cordadas a Taller del Sol. La central por la ruta Bonington: dos cordadas y nosotros. Y una cordada a la sur. Nos cuentan que todos han alcanzado cumbre y están bien.
Reímos y compartimos experiencias, comida, historias, mate, aventuras y canciones. La emoción de encontrarnos en este valle sagrado, el momento y la energía que reina en esa tierra de nadie, nos envuelve. Ya no somos desconocidos, nos ha unido la pachamama y una pasión compartida de subir montañas. El cielo se ha cerrado sobre nosotros y empieza a llover. Pero ya nada importa, ya no hay prisa, el calor de nuestros corazones ha borrado todo temor.
Amaba cuanto veía y sentí esa satisfacción que aparece cuando nos sobreponemos al miedo o a las dudas. Había estado dónde nadie estuvo hasta entonces y había tocado rocas que no conocían la mano humana.
La música de Anto me cala hasta los huesos. Toca su charanguito y canta con la voz de las montañas. Cuando canta dibuja colores en el viento, que parece, que como nosotros, también se ha relajado al escucharla. Mientras mi alma ensanchada la escucha, las lágrimas del cielo me mojan las mejillas y se mezclan con la lluvia que brota de mis ojos:
«Yo te llevo dentro, hasta la raíz
Y por más que crezca, vas a estar aquí
Aunque yo me oculte tras la montaña
No habrá manera, mi rayo de luna
Que tú te vayas».