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La Esfinge y el arte de escalar a 5.000m:

Todo comenzó con una lista de sueños y objetivos para la expedición de Perú.En ella aparecían nombres de montañas de la Cordillera Blanca.

Algunos fáciles de escribir como Alpamayo o Huascarán y otros que seguramente escribí mal. Como El Tolla (Tocllaraju), el Chopi (Chopicalqui), el Chacra (Chacraraju)… Y entre tanto Nevado Andino destacaba por ser diferente al resto La Esfinge, un impresionante paredón de granito. Porque la cabra tira al monte y a mí de siempre me han atraído las alturas verticales.

La historia de cuando me fije por primera vez en la Esfinge es cuanto menos curiosa. La vida es un cumulo interminable de acontecimientos conectados entre sí. Hace ya tres años y medio que entre en el Equipo Español de Alpinismo. Cuando me dieron la noticia de la selección para las pruebas estaba viviendo en Fuerteventura. Viajando en una furgoneta hippie con la idea de embarcarme hacia las islas más desconocidas: Hierro, la Gomera y la Palma. Mi único propósito en la vida era fluir como fluyen las mareas en los océanos. Pero una llamada me saco de la vida zen y contemplativa que llevaba. Una vida basada en cosas sencillas: despertarme, trabajar un poco, hacer surf un mucho y sonreír un mucho más.

Al otro lado de la línea estaba mi amiga Vicky. Me dio la noticia mientras contemplaba una alucinante puesta de sol  frente al Spot de Rocky Point. Le explique mis planes y que no creía que pudiera interrumpir esa marea vital para viajar a Benasque y pelear por mis sueños. Me recordó que el día que nos conocimos, empapándonos en medio de una tormenta bajando de los Galayos, le aseguré que en tres años entraríamos juntas en el Equipo.

Son esas conversaciones que se tienen de forma ligera. Sueños que salen de la boca a borbotones. Amistad a primera vista. Y ese recuerdo, las sensaciones, las confidencias, la lluvia, la roca… me hizo pensar. Y esos pensamientos me hicieron despertar de ese hermoso letargo, salir de mi zona de confort y lanzarme a vivir otras experiencias. Tres días meditando, callada, escuchando el mar, sintiendo el sol, hasta decidirme. Y al otro lado de la línea de nuevo Vicky: “Que sí, que voy”, le dije yo. Con tan sólo un mes de margen para entrenar y para afrontar juntas un nuevo reto.

Y allí, en el corazón rosa de los Pirineos, nos presentamos a las pruebas, cargadas de ilusión y de alegría. Y con el subidón de la experiencia, le solté que me gustaría compartir con ella una aventura singular en la cara Oeste del Picu. Lo que vino después es ya bien sabido: Ella me dijo «SI» a la primera. Que terminamos ese mismo verano cumpliendo un sueño. Después de pasar tres días en la pared y de dormir colgadas del arnés. Separadas por 50 metros de cuerda, en el largo octavo (8 mi número de la suerte) del Pilar del Cantábrico, lo sabréis sólo algunos. Que esa aventura, tímida y entre amigas, tuviera repercusión, para nosotras fue una sorpresa. Y aún más sorpresa fue que a raíz de ello, nos llamaron para dar conferencias por toda España.

¿Por dónde empezar con el poco material fotográfico que teníamos?. Primero era imprescindible hablar de los sueños de una generación anterior a nosotras, que vieron esa misma línea y soñaron con ascenderla. Los sueños de los aperturistas Antonio Gómez “el Sevi” y Jesús Gálvez. ¿Dónde puedo encontrar fotos de esa época?. La revista Desnivel se hizo eco de nuestra repetición por ser la primera ascensión en cordada femenina. Y a raíz de ello conocí a Darío Rodríguez ¿Y quién mejor que Él para ayudarme con las fotos? No conozco a nadie tan apasionado por la fotografía de montaña. Siempre va con sus cámaras, cachivaches y sus miles de objetivos a todas partes.

Me imagino su fototeca como la antigua biblioteca de Alejandría, dónde se puede encontrar (si sabes dónde buscar) cualquier imagen de la historia de la montaña. No sabía si me ayudaría o no, pero intuía que sí, así que probé suerte. No tardó en contestarme adjuntándome fotos y entre ellas este pie de foto:

-“Sevi en la hamaca: Antonio Gómez Bohórquez «Sevi» en la mitad de la cara SE de la Esfinge (Cerro Parón, Cordillera Blanca, Perú). 1988”.

Al ver la foto note un escalofrío, tuve la absoluta certeza de que algún día estaría allí, viendo el incorruptible paisaje glaciar que él vio cuando abrió esa vía. Durante un año y medio estuvimos recorriendo España contando nuestras aventuras. Y la foto del “Sevi” aparecía siempre de colofón final junto al libro de Piadas. Y cada una de las muchas veces que la veía en pantalla grande pensaba en cómo sería estar ahí. Seguía su mirada y disfrutaba de la incertidumbre, la genialidad y la brutal aventura que decidió vivir ascendiendo una pared que a pesar de su inmenso tamaño era desconocida por todos.

Y por fin, allí estabamos, viviendo el sueño y mirándola de frente. La Esfinge en el antiguo Egipto era símbolo de la realeza, ya que representaba la fuerza y el poder del león. ¿Seríamos capaces de domarlo? Esa enorme mole rocosa de tonos caobas y castaños. Esa enorme Esfinge natural imponente y salvaje era tan majestuosa cómo hipnótica. Solo con mirar un Big Wall así, las manos te empiezan a sudar sin remedio.

Montamos el campamento Base al atardecer, localizamos las fuentes de agua y llevamos un primer porteo a pie de vía. Cenamos en nuestro particular balcón con vistas a enormes gigantes y glaciares. Contemplamos los cerros del valle de Parón, Artesonraju, Pirámide de Garcilazo, Chacraraju… Llegar hasta allí para ver ese espectáculo merece la pena.

Pero con el rabillo del ojo siempre fijo en los dorados cobrizos de la roca Incaica, en cómo será escalar a tanta altitud y en compartir esa aventura con mis compañeras de equipo. Me duele la pancita, serán los nervios.

Vicky y yo haremos la primera cordada y con un día de diferencia Ruth, Marc y Esther. Los virus hacen mella en el equipo y hay que lidiar con ellos. Engañarlos de alguna forma. Vicky y yo nos sentimos bien y muy motivadas. Al día siguiente intentaremos revelar el misterio, y ver lo que “Sevi” vio. Salimos de noche de nuestras tiendas, algo que ya se ha convertido en costumbre en el viaje. La oscuridad nos envuelve y atravesamos la morrena medio dormidas. Aun así me siento muy ágil en la tinieblas con todos los sentidos conectados. Y recuerdo la isla, mi isla, Fuerteventura, y esa noche en la Peñitas corriendo entre los riscos siguiendo la luna, sintiéndome lince, salamandra, murciélago y lechuza. Y como el cosmos me invitaba a volar y llegue a ser parte del todo. Ahora sobre mi cabeza se extendía un firmamento diferente, el cielo del Sur. Y contemplándolo se me pasan por la cabeza un millón de recuerdos, de vidas pasadas dentro de una misma vida. Me siento bucólica y tengo los sentimientos a flor de piel.

A pie de vía ya se vislumbra cierta claridad, aunque aún no apagaremos los frontales. Sin estrategia de ningún tipo, a pachas, escalo yo el primer largo. Todo va bien, si queremos salir en el día sabemos que hay que correr. Vicky escala el segundo largo más peleón y el amanecer trae consigo algo más.

El león se ha despertado y me ha mordido con toda su fuerza. Acabo de entender toda esa sensibilidad que venía arrastrando, y siento el feroz desgarro de los dientes. Una sensación “cíclica” que conozco, que acepto por ser mujer y que desde luego no esperaba en esas circunstancias. Escalo por inercia y retorciéndome de dolor, al llegar a la reunión soy consciente de que así no escalaremos los 700m de pared que nos quedan por delante.

Y también soy consciente de que lo más probable es que mi aventura termine aquí. Intento consolarme porque soy muy positiva, y pienso que la pared no se va a mover, que siempre puedo volver… confío en que algún día veré lo que se reflejaba en los ojos del “Sevi”.

Pero no será hoy, debo reaccionar y pensar en las pocas opciones que tengo: bajarme sola al refugio de la Laguna Parón y rezar porque allí puedan venderme una solución. Sino, tomar una combi y volverme a Huaraz. Ninguna opción me apetece, deseo quedarme y escalar esa pared pero lo que está claro, casi cristalino, es que no puedo quedarme en el campo base tres días más sin ponerle algún remedio.

Mis compañeras no pueden ayudarme, aunque quieren no contaban con mi invitada especial y ellas ya habían pasado su trance en tierra firme. No hay más opciones, se acabó la aventura, me tengo que marchar… Pero al pasar por el vivac veo que hay un guía y su clienta, descansando para escalar al día siguiente. Desesperada, gasto el último cartucho y les cuento lo sucedido entre inglés y español. Y la chica que es americana y previsora me ofrece una cajita, una cajita llena de tiempo para pensar y decidir. Una cajita que me hacía centrarme solo en el dolor y que me devolvía a la quiniela de posibilidades para el día siguiente. La abrazo, me emociono y con la sensibilidad a flor de piel le explico que es el mejor regalo que me podían hacer en ese lugar remoto. Me había regalado esperanza y eso es algo que no que te regalan todos los días.

En el campo base lo primero que hago es drogarme para aguantar el dolor y luego nos reunimos a hablar. Ahora si hay que pensar en posibilidades, y también en estrategias. Las chicas y Marc me animan a pesar de saber que yo no estaré al 100%. Estamos allí, es ahora… tengo que intentarlo. La decisión unánime es que al día siguiente iremos en dos cordadas, Marc y yo por delante. Y Vicky, Esther y Ruth nos seguirán de cerca. El plan es hacer todos cumbre y escalar en equipo. Gracias a haber fijado cuerdas hasta la R3, los primeros largos los haremos de noche cerrada jumareando. Y después a fluir lo más rápido posible para poder hacerla en el día.

Lo que destacaría de esa larga jornada es el compañerismo que demostramos. Dejando al margen los egos y siendo un verdadero equipo. Me pareció la forma  más hermosa de cerrar esta aventura de tres años. De la escalada en sí, sólo diré que me emocioné escalando uno de los diedros más hermosos de mi vida, que empezaba en la repisa de las flores. El vivac desde dónde “Sevi” tan intensamente miraba en esa foto que me perseguía. Y que estar ahí de verdad y poder ver lo que Él vio fue maravilloso.

El resto lo dejaré a la imaginación de cada uno ya que una vía de 800 m da para mucho. Techos, péndulos improvisados, pasos de hombros, cordada de cinco, metros y metros de intensa escalada, soplidos y resoplidos por la velocidad unida a la falta de oxígeno de esas altitudes, corazones palpitantes, todas las luces de un mismo sol, mujeres guerreras dando guerra, pequeños males de altura y grandes sensaciones, jamón extremeño del rico para celebrar la cumbre y hasta Ruth, que es vegetariana, se lo comió… En definitiva, el colofón a tres años de esfuerzo, de amistad, de encuentros y desencuentros, de aventuras y de marrones, de vivencias intensas que sólo se sienten en la montaña en buena compañía y que demuestran que querer es poder.

Y que somos un Equipazo!

Reseña original

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